Hace ya tiempo que Alicia no visita el País de las Maravillas: en el centro de desintoxicación no le permiten probar el ácido. Mientras tanto, Dorothy se ha visto obligada a quedarse a vivir en Oz como esclava sexual, y Peter Pan, que se ha olvidado de volar, cobra un extra por mamarla sin goma.
Yo en sólo un par de horas me entero de los problemas de la menopausia y la importancia de la leche con calcio, de que unos fundamentalistas con turbante han volado un autobús escolar, y de que Belén Esteban ha salido hoy a hacer la compra; «A mi hija no la saques ¿entiendes?» ha apostillado ella.
Creo que prefiero internet: irónicamente, ahí me preguntan si tengo dieciocho años antes de enseñarme fotos de desnudos.
27.12.04
24.12.04
[Microrrelato] Ciento cincuenta mil habitantes
Paseaba y pensaba: «Lo malo de las cuidades pequeñas es que es imposible que tu alma gemela viva en la misma que tú». Se cruzó con ella tres veces, vistiendo diferentes cuerpos.
He estado dándole vueltas al coco, y creo que me gustaría escribir mini (o micro) relatos de vez en cuando. Voy a ir intentándolo por aquí, a ver qué pasa. No me crucifiquéis, estoy aprendiendo :)
11.12.04
Opiniones enlatadas
Últimamente me estoy dando cuenta de que hay demasiada gente con la que es absolutamente decepcionante tratar de mantener una tertulia que valga la pena; es cierto que también tengo la suerte de contar con personas con las que conversar resulta edificante, pero por desgracia no son mayoría.
En demasiadas ocasiones, las opiniones que escucho no parecen el fruto de una reflexión profunda ni de un análisis de los valores en los que se cree, sino más bien el patético recital de un loro que se limita a repetir lo que escucha. Es innegable que las interpretaciones de la realidad que hacen los medios de comunicación o los gurús de turno son importantes a la hora de formarse una opinión, pero si nos olvidamos de la reflexión y la búsqueda de conclusiones propias nos habremos dejado la mitad del trabajo por hacer.
En cierto modo, no es extraño que esto ocurra: vivimos inmersos en una cultura donde el «usar y tirar», el «calentar y listo» y el «no me compliques la vida» son valores imperantes. Si las ideas vienen en latas, estupendo; y si además se distinguen por colores (rojas para unos, azules para otros y alguna verde para dar variedad), mejor que mejor. Después, a los que nos gusta cocinar nuestras propias ideas en lugar de comernos las de la lata se nos suele decir que pensamos demasiado, lo que no me preocupa mucho porque «pensar demasiado» me parece casi casi un oxímoron.
Pero vamos, me guste o no las opiniones vienen en latas, y a este paso llegarán pronto a los comercios. Casi me puedo imaginar al «ciudadano medio» en el súper comprando unos canelones precocinados, dos latas rojas de opinines y, ya puestos, cuatro lonchas de personalidad. Le van a hacer falta.
En demasiadas ocasiones, las opiniones que escucho no parecen el fruto de una reflexión profunda ni de un análisis de los valores en los que se cree, sino más bien el patético recital de un loro que se limita a repetir lo que escucha. Es innegable que las interpretaciones de la realidad que hacen los medios de comunicación o los gurús de turno son importantes a la hora de formarse una opinión, pero si nos olvidamos de la reflexión y la búsqueda de conclusiones propias nos habremos dejado la mitad del trabajo por hacer.
En cierto modo, no es extraño que esto ocurra: vivimos inmersos en una cultura donde el «usar y tirar», el «calentar y listo» y el «no me compliques la vida» son valores imperantes. Si las ideas vienen en latas, estupendo; y si además se distinguen por colores (rojas para unos, azules para otros y alguna verde para dar variedad), mejor que mejor. Después, a los que nos gusta cocinar nuestras propias ideas en lugar de comernos las de la lata se nos suele decir que pensamos demasiado, lo que no me preocupa mucho porque «pensar demasiado» me parece casi casi un oxímoron.
Pero vamos, me guste o no las opiniones vienen en latas, y a este paso llegarán pronto a los comercios. Casi me puedo imaginar al «ciudadano medio» en el súper comprando unos canelones precocinados, dos latas rojas de opinines y, ya puestos, cuatro lonchas de personalidad. Le van a hacer falta.
1.12.04
El cisma que viene
Cada vez es más frecuente escuchar improperios de marcada ideología reaccionaria de boca de los señores obispos y cardenales o de nuestro amadísimo Papa, tanto que ya nadie se sorprende. A mí, como a mucha otra gente, me hacen bastante gracia todas estas cosas cuando las escucho, por su anacronismo y su a veces patética falta de lógica; «es indudable que» jamás ha sido ni será un argumento de peso, y punto.
Pero la verdad es que reconozco que también me incomoda un poco escuchar estas cosas: me considero cristiano, aunque visto lo visto parece que soy cada vez menos católico. Este hecho no dejaría de ser una más de mis rarezas (léase «incoherencias» si se viene con ánimo de fastidiar) si sólo me ocurriera a mí; pero lo cierto es que entre los (pocos) creyentes sesudos, racionales y críticos es algo que se está notando cada vez más.
Ser creyente no es incompatible con tener una mentalidad abierta, aceptar el sexo y las sexualidades, luchar contra el machismo en la Iglesia y mil cosas más. Más bien diría que muchos creyentes sentimos verdadera vergüenza cuando escuchamos la colección de absolutas imbecilidades con las que periódicamente nos deleitan las personas que teóricamente deberían representarnos.
Es por esto que cada vez me parece más probable que se llegue a algún tipo de cisma. La Iglesia no puede seguir con esta incompatibilidad consigo misma indefinidamente: algo tendrá que ocurrir, y sin ser demasiado agorero casi puedo decir que me temo una dolorosa, profunda, agitada y acalorada escisión en algún momento.
Sea como sea, tampoco me resultaría demasiado difícil elegir en qué lado quedarme; al fin y al cabo, tal y como están las cosas dudo mucho que Cristo quisiera ser católico, apostólico y romano.
Pero la verdad es que reconozco que también me incomoda un poco escuchar estas cosas: me considero cristiano, aunque visto lo visto parece que soy cada vez menos católico. Este hecho no dejaría de ser una más de mis rarezas (léase «incoherencias» si se viene con ánimo de fastidiar) si sólo me ocurriera a mí; pero lo cierto es que entre los (pocos) creyentes sesudos, racionales y críticos es algo que se está notando cada vez más.
Ser creyente no es incompatible con tener una mentalidad abierta, aceptar el sexo y las sexualidades, luchar contra el machismo en la Iglesia y mil cosas más. Más bien diría que muchos creyentes sentimos verdadera vergüenza cuando escuchamos la colección de absolutas imbecilidades con las que periódicamente nos deleitan las personas que teóricamente deberían representarnos.
Es por esto que cada vez me parece más probable que se llegue a algún tipo de cisma. La Iglesia no puede seguir con esta incompatibilidad consigo misma indefinidamente: algo tendrá que ocurrir, y sin ser demasiado agorero casi puedo decir que me temo una dolorosa, profunda, agitada y acalorada escisión en algún momento.
Sea como sea, tampoco me resultaría demasiado difícil elegir en qué lado quedarme; al fin y al cabo, tal y como están las cosas dudo mucho que Cristo quisiera ser católico, apostólico y romano.
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