28.9.04

Incultura Científica

El modelo de educación que se viene aplicando en España desde que tengo uso de razón ha producido un sutil efecto secundario que no puedo dejar pasar por alto, y es la división del cuerpo estudiantil en dos grandes bloques (con matices, pero básicamente en dos); unos son "los de ciencias", y otros, "los de letras".

Todo el mundo sabe que los de ciencias y los de letras son bastante incapaces de comprenderse unos a otros; sus intereses, sus conocimientos, e incluso sus procesos mentales suelen ser radicalmente distintos. Y en el fondo, no hay nada malo en ello.

El verdadero problema surge cuando uno se enfrenta a la difícil tarea de vivir en sociedad, sobre todo cuando pertenece al bando de los de ciencias. Como no es suficiente con la sensación de que hay demasiada gente que no comprende a qué te dedicas exactamente, te toca llevar el sambenito de inculto.

Por lo que parece, en este mundo tener "cultura general" es algo que se suscribe completamente al plano de las letras: historia, geografía, y demás conocimientos de indudable interés humanístico. Y esto deja a un gran número de personas, muchas de ellas muy versadas en derterminadas materias científicas, bastante fuera de juego.

Tengo que confesar que no sé dónde está Guatemala, ni en qué año se produjo la Toma de la Bastilla, y debo admitir que son un par de los muchos agujeros en mis conocimientos culturales de los que no me siento orgulloso en absoluto. Está bien, asumo la parte de incultura que, por desgracia, acarreo.

¿Cómo se integra un logaritmo neperiano? ¿Por qué es necesario aplicar derivadas al estudio de la corriente de un río? ¿Qué es eso de las geometrías no euclídeas?

Estoy seguro de que es sencillísimo encontrar un brillante estudiante de humanidades (o mil), mucho más inteligente que yo (juro que no es un sarcasmo, sino un ejercicio de humildad), y completamente incapaz de dar una vaga respuesta a estas preguntas. Ah, pero él tiene cultura. Con mil perdones, hay que joderse.

23.9.04

La Universidad de la Vida

Una de las expresiones que más me molesta, cuando la oigo de alguien que no ha tenido formación universitaria (la mayor parte de la generación de mis padres ni siquiera fue al instituto), es aquello de "Yo aprendí en la Universidad de la Vida". Y es que es algo que no sólo se dice con un tono de solemnidad sorprendente para tratarse de una universidad ficticia, sino que además se utiliza como arma arrojadiza hacia los que de sí estudiamos en una universidad "de verdad".

Que nadie me malinterprete, no estoy despreciando el gran valor que tiene la experiencia, que en cierto modo le proporciona a alguien esos conocimientos prácticos que los libros no recogen. Eso sí, quienes creen que lo aprendido en esta Universidad de la Vida supera en todos los casos a lo que la verdadera universidad puede enseñar, en el fondo me dan un poco de pena.

Pena, sí; porque son incapaces de ver la complejidad del asunto; porque no sólo no tienen conocimientos teóricos, sino que ignoran cuánto es lo que no saben; porque, probablemente, su continuo pavoneo acerca de cuánto les ha enseñado la vida, y qué poco necesitan las bases teóricas no deja de ser, en el fondo, un velado complejo de inferioridad que jamás serán capaces de asumir.

Que no me vengan con cuentos, el conocimiento universitario vale, y mucho. Quien no me crea, que trate de explicarle a un programador web de andar por casa que no puede parsear HTML con una expresión regular, porque necesita la capacidad de cómputo de un autómata de pila. He dicho.

20.9.04

Sadismo mediático

Cada temporada, las televisiones nacionales están más plagadas de lo que se ha venido a llamar telerrealidad, probablemente en un patético intento de hacer sonar medianamente digno al fenómeno Gran Hermano (y sus primos y parientes, que habitan islas, granjas u hoteles "con glamour").

Ahora sería fácil entrar en manidas discusiones sobre la estupidización de la sociedad, el vouyerismo velado y la no tan sana curiosidad que parecen impulsar el avance de este tipo de programas. Sin embargo, yo veo un motivo más, al menos tan preocupante como los ya, por repetidos, tópicos.

Y es que, aunque no soy aficionado a estos programas, todas las temporadas acabo viendo al menos unas cuantas imágenes, que suelen ser las más destacables (o destacadas); y en todas ellas, encuentro, de forma más o menos sutil, un componente común: sufrimiento. Rupturas de parejas, discusiones, hambre, cansancio físico, problemas de convivencia...son el tipo de estampas que más éxito tienen en televisión (quién no ha visto aquello de "¡Aidaaaa que me da miedoooo!).

Probablemente sea un poco paranoico, o quizá es que no tengo otra cosa en qué pensar, pero creo que este factor común no es una mera coincidencia. En lo profundo, a casi todo el mundo le produce cierto placer sádico el sufrimiento de los demás, y cuando uno está ante el televisor sin nadie que le juzgue, suele abandonar el territorio de lo políticamente correcto y dejarse llevar por sus más oscuros instintos.

En definitiva, y por triste que nos pueda parecer, el hecho de que los concursantes de este tipo de programas sufra tanto, y que este sufrimiento sea real (y no postizo, como el de las telenovelas que tanta cuota de pantalla ocuparon en su día) parece ser otro de los motivos por los que han entrado en la sociedad con tanta fuerza.

18.9.04

Russell en el siglo XXI

Iba a escribir aquí una lista, con un enlace de color morado a todos los weblogs que no contengan un enlace de color morado apuntando a sí mismos.

El caso es que no sé si incluirme o no...

16.9.04

Antiamericanismo cafeinado

Dejándome llevar de un blog a otro he encontrado una entrada inspiradora en Lametones de Amor. Habla sobre la EuroCola, su curioso sabor y demás características más o menos merecedoras de mofa, befa y escarnio.

Supongo que el producto es bastante conocido: bebida refrescante con sabor a cola, comercializada por PMI y que en su publicidad (bastante mala, por cierto) se muestra de forma no demasiado velada como alternativa a las conocidas Coca-Cola y Pepsi ("Estoy harto de beber siempre lo mismo", dicen los ridículos protagonistas del spot).

Y analizándo el asunto de una manera mas sutil, hay algo que en cierto modo me mosquea. Ese prefijo Euro, ¿sólo me lo parece a mí o pretende explotar el creciente anti-americanismo que se respira en España últimamente?. Quiero decir, no creo que sea yo el único que ve que la campaña publicitaria (en concreto, el propio nombre del producto) manipula los sentimientos de los consumidores para inducirles a adquirir un producto como "venganza", o en una actitud de "haha, no os necesitamos, ya hemos encontrado el sustitutivo para vuestra mejor exportación!".

Por mí pueden seguir en esa línea si quieren; al fin y al cabo, la publicidad y la presentación del producto (si es que parece una lata de Cutre-Cola de oferta en el Lidl, por Dios), unidos a la resistencia de entrada de un nuevo producto en un mercado prácticamente monopolizado ya provocarán suficientes quebraderos de cabeza a los departamentos de Ventas y de Marketing.

De todas maneras, no deja de ser mosqueante...¿de cuántas de estas sutiles manipulaciones no me estaré dando cuenta?. De más de las que quiero saber, sin duda.

15.9.04

Haber si nos aclaramos

Tengo algo que confesar al mundo que puede no ser del agrado de todos: me gusta escribir correctamente. Soy una de esas personas quisquillosas que se preocupan por la be y la uve, por las haches intercaladas, e incluso tratan de acertar los acentos diacríticos. A pesar de ser algo a lo que prestan atención todos los blogs de calidad que he visitado, no parece ser lo más común en las comunicaciones electrónicas habituales.

Todos sabemos lo molesto que es leer un correo electrónico escrito como si fuera un SMS, o tratar de comprender en el IRC, Messenger o Jabber a una persona con dificultades para distinguir entre "ahí", "ay", y "hay". Pero lo realmente indignante no es que una persona cometa faltas de ortografía, sino que simplemente no le importe (con perdón) una mierda si está escribiendo bien o no.

En las épocas de pocas noticias en televisión suele aparecer con regularidad el estudio o la estadística de turno mostrándonos lo mal que se escribe y la cantidad de faltas que los jóvenes hacen en los exámenes de Selectividad, y nunca falta la apostilla echando la culpa de todo a los SMS y demás bestias.

Sin embargo, me niego a admitir que esa sea la causa del problema, sino más bien la manifestación primera y más evidente. La importancia del asunto no radica en las faltas, sino en el poco interés en corregirlas. ¿Y por qué este desinterés?

Una palabra: pragmatismo. En una sociedad tecnócrata, cada vez más capitalista, donde se valoran los resultados casi siempre por encima de los valores, no es sorprendente que se dé poca importancia a algo que tiene relativamente poco sentido práctico. Es cierto que cuesta más leer textos mal escritos, pero sólo si se tiene costumbre de leer textos bien escritos. En definitiva, hay demasiada gente a la que escribir correctamente les supone esfuerzo n y beneficio cero, por lo que el "ahorro" que les reporta escribir mal es (técnicamente) infinito.

Y para resolver esto (como tantos otros problemas) solo hay una vía: educación. Pero no solo gramática, y hacer repetir mil veces "ahora es con hache intercalada", sino educación para valorar las cosas que no necesitan de una justificación práctica, las cosas que, en definitiva, hacen que nuestra lengua siga siendo tan bellamente irregular e impredecible como nosotros mismos.

El efecto microondas

Todos los que estamos más o menos metidos en temas de tecnología o informática nos hemos tropezado alguna vez con las curiosas consecuencias sobre la gente del efecto microondas. No me estoy refiriendo a las radiaciones que (parece que solo presuntamente) emiten nuestros monitores, sino a algo mucho más social y palpable.

Hoy en día, prácticamente todas las personas que conocemos usan un ordenador en algún momento del día. Algunos son (somos) frikis empedernidos y manejamos el cacharro alegremente, incluso podemos decir que lo disfrutamos. Otros se sienten casi condenados a usarlos en el trabajo, o para clase, y en cierto modo sienten bastante aversión al aparato; esto es comprensible y razonable, así que no entraré en más detalles.

Pero en algún lugar intermedio (o no) entre las dos posturas se encuentran los usuarios del "ordenador microondas". El típico usuario-cocinero-simplista no desea tener más de una decena de sitios donde pulsar, y pocas opciones que manipular, pero aún así espera obtener resultados irracionalmente complejos. Poco más o menos lo que yo esperaba del microondas, antes de descubrir que sus usos más prácticos se reducen a calentar vasos de leche, descongelar barras de pan, y bien poco más.

Estoy hablando de los usuarios que se quejan de que es muy complicado descargar un códec para poder ver las películas (casi siempre piratas) en DivX, configurar los parámetros para grabar un DVD, o crear y publicar una página web que vaya mas allá de un weblog automatizado.

Y en cierta manera me producen un poco de pena, sobresimplificando los problemas y creyendo que todo el mundo quiere hacer lo mismo que ellos, y que por lo tanto sólo necesitan un botón para cada cosa (la panacea del DWIM todavía no se ha inventado). Supongo que la incapacidad para distinguir lo que es complejo de lo que no lo es no deja de ser triste.

Probablemente esta incapacidad surja de la reticencia a asimilar conceptos como la RAM, el sistema de ficheros, los drivers o las particiones. Es una lástima porque tarde o temprano tropezarán con ellos (quizá sin saberlo), aunque probablemente les proporcionará una ocasión más para despotricar sobre "lo difícil que es la informática, y eso que soy todo un experto".

De todas formas, allá ellos. Nunca leerán un manual, y se quejarán constantemende de que su ordenador hace cosas raras; la parte mala del asunto es que probablemente se hagan con un pringao a medida que les arregle los estropicios y les automatice las tareas, pero eso ya es otra historia.

Polí­ticamente Incorrecto

Por algún motivo que no alcanzo a comprender, tiendo a no ser todo lo politicamente correcto que la sociedad quisiera. Que nadie me malinterprete, no es necesario ser un inadaptado y autoexcluido social para ser, al menos un poco, polí­ticamente incorrecto.

Estoy convencido de que alguien que actúa siempre bajo la luz de la corrección polí­tica, sufre de cierta suerte de incoherencia, o de pensamiento poco profundo (o al menos, poco profundizado). Parece ser que hoy en día está muy de moda eso de subirse al carro de lo que queda progre, y lo que suena bien en las tertulias pseudo-intelectuales de tres al cuarto, cuando realmente no se tiene una opinión bien formada, sino un cúmulo de tópicos más o menos modernos que es necesario repetir como un loro para quedar bien.

Es posible que haya quien se plantee quién soy yo para sentirme por encima de todo esto, y tendrá toda la razón del mundo: ni soy nadie ni estoy por encima. A todos nos gusta quedar bien en las conversaciones polí­ticas, no quemarnos con las polémicas y evitar que nos tachen de excéntricos. De todas formas, tengo la convicción de que el simple recononimiento del problema ya es un paso hacia la solución, y en determinados círculos de confianza trato de romper los tópicos (si es que consigo caer en la cuenta de alguno).

Sería pedante pretender hacer creer que voy a revelar ideas nuevas y revolucionarias para alguien, pero de lo que estoy convencido es de que en algún momento, alguien se sentirá ofendido...es la pega de ser políticamente incorrecto.